El cumpleaños de Cloe, por Andrea Nunes

La felicidad suele ser contagiosa, especialmente si se manifiesta a través de la risa cristalina de un niño. Cloe es feliz, y por eso ríe. Está radiante. Todos a su alrededor sonríen también. Está subida a una mesa, y una corona de cartulina atrapa sus rizos traviesos. Alrededor de la mesa se agrupan sus compañeros de clase, rojos de la emoción, dando palmas y entonando, más o menos al mismo ritmo, una canción de cumpleaños para ella. Su profesora está a su lado, y cuando terminan de cantar, le ayuda a bajar de la mesa y a repartir unas golosinas para todos. Hoy cumple cinco años y hace un día de primavera precioso. Podrán celebrarlo en el jardín y jugar con la pelota. Está tan contenta que no puede evitar ir dando saltitos mientras reparte los dulces entre sus amigos.

Ela está expectante, y algo nerviosa, tanto, que se ha cogido la tarde libre en el trabajo para poder preparar la fiesta. Es la primera vez que su hija celebra su  cumpleaños con sus amigos del colegio. Ayer Alex preparó su tarta preferida, que ya está en la nevera con las velas puestas. Sus suegros han venido a casa a echar una mano; ella, Susana, está en el jardín preparando la mesa, y él, Ezequiel —que es aficionado a la papiroflexia—, ha hecho unas guirnaldas de pajaritos de colores que van a volver loca a Cloe. Está repasando mentalmente todos los detalles, asegurándose de que no falta nada, mientras termina de preparar los sándwiches, cuando suena el móvil. Un mensaje de Alex.

“Cariño, se me está haciendo tarde… he conseguido escaparme de la reunión, estoy a punto de salir, pero no llego a tiempo para recoger a Cloe en el cole. Lo siento mucho, no te enfades. Te prometo que estaré ahí antes de que sopléis las velas. Te quiero.”

Ela suspira. Bueno, no es tan grave, el colegio está al otro lado de la calle, pero aún tiene que terminar de preparar la merienda, y los globos. Y ahora están llamando a la puerta. Son sus padres, justo a tiempo.

—Mamá, papá, qué bien que habéis llegado pronto.

Se besan y dejan su regalo en el porche.

—Qué bonito has dejado todo, cielo, a los niños les va a encantar.

—Gracias, mamá. Pero todavía me quedan un par de cosas… ¿Podríais acercaros al colegio a por Cloe y sus amigos?

—¿Nosotros? ¿Pero son muchos niños? No vamos a poder nosotros solos con todos.

—Tranquilo, papá —Ela le pone la mano en el brazo para que no se altere. Tiende a dramatizar y a hacer muchas preguntas seguidas sin esperar por la respuesta—. Su profesora, Elena, también está invitada a la fiesta y os ayudará con los niños. Es solo cruzar la calle.

—¿Pero no iba a ir tu amiga?

—¿Qué amiga? No vienen amigos nuestros, solo vosotros, los padres de Alex, y la profesora.

—Sí, bueno, ya me entiendes, Alex, ¿no iba a ir ella a por los niños?

—Mamá, ¿no piensas decirle nada?

—Bueno, Ela, hija, no te pongas así. Tampoco es para tanto, ¿o es que no sois amigas?

—No, Alex no es mi amiga, es mi mujer. Y la madre de vuestra nieta… Pero mira, se hace tarde y ella no va a llegar a tiempo, ¿podéis acercaros o no?

—Sí, sí, claro. Enseguida volvemos.

Su madre, roja como un pimiento, agacha la cabeza y se agarra del brazo de su padre, que sale a la calle farfullando como si la cosa no fuera con él.

Cuando Alex llega a casa, los niños están corriendo por el jardín, se oye barullo de juegos y risas. Se queda en la cocina, haciéndole señas a Ela a través de la ventana para que entre sin que Cloe se dé cuenta, pero ella está entretenida con la cámara de fotos, inmortalizando la primera fiesta de su pequeña. Por suerte, su padre sí percibe las señas y avisa a Ela, que entra en casa emocionada porque Alex ha logrado llegar a tiempo.

—Mi amor, qué rápido has llegado —Ela sonríe, está preciosa. Le da un beso y se queda esperando, inquisitiva— ¿La has conseguido?

—Sí, está en el coche.

—¿La del cesto blanco?

—Sí… No sé a quién le hará más ilusión, a ti o a la niña…

—Bueno, o a ti cuando la veas pedaleando por el parque, se te va a caer la baba… ¿Vamos a por ella?

—De eso nada, tú no vas a levantar peso —Alex le acaricia a Ela el vientre abombado, sonríe, y se agacha un poco para darle un beso a la altura del ombligo—. Bastante tienes ya con el gordo que llevas ahí dentro. Deja que entre a saludar, quiero ver a Cloe, y luego voy a por su regalo.

Cuando Alex entra en el jardín, Cloe no tiene ojos para nada más. Abandona inmediatamente el juego y corre a tirarse a los brazos de su madre con un gritito de emoción infantil.

—¡Mami, mami! Mira, ¿has visto cuántas cosas hay en la mesa de los regalos?

—Eso será que te has portado bien con tus amiguitos.

Los ojos de Cloe son como un manantial de agua pura. Iguales a los de Ela. Transparentes. Alegres. Alex le cubre la cara de besos y luego la deja libre para que vuelva a jugar.

Samuel, uno de los amigos del cole de Cloe, se ha quedado un poco confundido cuando la ha visto correr hacia Alex.

—¿Pero la mamá de Cloe no es la de la tripa gorda?

—Sí —dice Ainara, que es la mejor amiga de Cloe—, pero la que acaba de llegar es su mami.

—¿Y tú cómo lo sabes?

—Porque vengo a jugar a su casa muchas veces.

—Pero eso es imposible.

—No es imposible. Yo tengo dos abuelos, pero no tengo ninguna abuela.

—Claro —añade otra compañera, Carolina—. Hay niños que tienen papá y mamá, pero también hay niños que tienen dos papás, o dos mamás, o que solo tienen un papá o una mamá.

—No, todos los niños tienen un papá y una mamá, me lo ha dicho mi papá.

—Pues tu papá se equivoca, porque Cloe tiene dos mamás y las dos son de verdad.

Ainara ha dicho esto muy digna, y su amiga Carolina asiente muy seria mostrando su aprobación, así que la discusión está cerrada, y Samuel decide que tendrá que explicárselo a su papá cuando llegue a casa, y seguro que se pondrá contento de saberlo, porque siempre dice que hay que aprender algo nuevo cada día antes de acostarse, y a veces no le da tiempo.

Después de que le canten el cumpleaños feliz por tercera vez en el día —la primera se lo cantaron sus mamás por la mañana, antes de desayunar—, Cloe sopla sus cinco velitas con la euforia de quien no ha celebrado nunca una fiesta. Luego pasa un rato en las rodillas de su abuelo Ezequiel, mientras se come su trozo de tarta y le cuenta un montón de cosas de sus amigos del cole. Cuando termina de comer, le pide a la abuela Susana que le haga una trenza en el pelo como la de su amiga Carolina, y como se encuentra muy guapa, le dice a su mamá que quiere una foto con sus cuatro abuelos. Mientras Ela se dedica a la sesión fotográfica, Alex y Elena, la profesora, aprovechan para ir a buscar el regalo estrella de la fiesta.

Poco antes de que termine la celebración, Cloe abre sus regalos. Un estuche de dibujo de parte de Elena, un vestido de verano de parte de los abuelos Ezequiel y Susana, una muñeca de los abuelos Pascual y María, unos cuentos y unos puzles de sus amigos del cole, y una bicicleta roja de sus mamás. Nunca había tenido tantos regalos juntos y está tan feliz, que ha agradecido con un montón de besos a todos y a cada uno de los allí presentes. Enseguida empiezan a llegar los papás y las mamás de sus amigos, solo se quedan Ainara y Carolina, porque son sus invitadas especiales y tienen permiso para pasar la noche en casa. Está especialmente contenta ya que Carolina no se ha quedado nunca antes y se lo van a pasar muy bien las tres juntas.

Los abuelos ya se han ido, y Elena está en la puerta despidiéndose de Alex y Ela.

—Ha sido un placer, chicas. Y estaba todo delicioso, Ela, muchas gracias.

—Gracias a ti, Elena. Nos encantará verte más a menudo.

Elena se va, y Alex se queda un rato abrazando a Ela por detrás, mientras miran cómo se aleja la profesora, cuando ven que llega la madre de Carolina.

—Hola, Rita. ¿Qué tal estás?

—Bien, gracias. ¿Qué tal la fiesta?

—Todo un éxito, se lo han pasado pipa —Ela ya ha notado que Rita está un poco tensa, pero sigue sonriendo, es parte de su carácter afable—. Te presento a Alex, creo que no os conocéis aún.

—No, no nos conocemos. Encantada —Le extiende la mano y se saludan—. Pero justamente hoy me han hablado de ella. No me puedo entretener más, lo siento, vengo a buscar a Carolina.

—¿Pero no se iba a quedar esta noche? Ha traído su bolsa de ropa y su pijama.

—Sí, pero hemos cambiado de opinión. No quería darle el disgusto a la niña, lo que pasa es que… bueno, mira, lo siento mucho pero no me siento cómoda dejándola aquí. Creo que no es un buen ejemplo para ella.

Ela mira a Alex. Unos escasos segundos de silencio alargan el momento. Se siente un poco triste por las niñas, estarán ilusionadas jugando y con la perspectiva de la noche juntas. Pero a veces suceden estas cosas, no todo el mundo está preparado para vivir sin prejuicios. Alex le mira a los ojos, siempre tiene ese poder pacificador. Le acaricia la mejilla con cariño, sin importarle que esa señora esté ahí plantada en la puerta de su casa mirándoles con total inexpresividad.

—Ya voy yo, mi vida.

Alex entra en la casa, Ela se queda ahí. Ni ella ni Rita dicen nada en ese rato que pasan a solas, mirándose y tratando de adivinar qué pasa por la mente de la otra. Alex vuelve enseguida con Carolina, que no entiende nada. Se despiden y entran en casa.

Cloe y Ainara están muy serias, sentadas al pie de la escalera.

—¿Por qué se ha ido Carolina? —pregunta Cloe.

—Su mamá ha cambiado de opinión —dice Ela con serenidad—. A lo mejor Carolina os lo cuenta el lunes en el cole.

—Pero no pasa nada, chicas —añade Alex—. La ventaja es que si solo sois dos, sí que puedo con vosotras.

Entonces Alex se agacha, Cloe se encarama a su espalda, Ainara sigue su ejemplo, y entre risas y bromas se sube a las niñas por la escalera.

—Nos ponemos el pijama y jugamos al avión, ¿vale, mami?

—¿Pero qué clase de avión?

—De los que vuelan en círculo y hacen piruetas. Ya verás, Ainara, y luego nos lleva a la pista de aterrizaje, es súper divertido.

Y Ela se queda mirándolas al pie de la escalera, sintiendo cómo el malestar que había provocado Rita se diluye, y el amor de la familia que ha creado con la mujer a la que ama lo llena todo.

Las leyes cambian, por suerte, y permiten que el mundo avance y evolucione. Pero los gobiernos no tienen ninguna varita mágica. Para cambiar el mundo, es necesario cambiar la sociedad, y para cambiar la sociedad, todos y cada uno de nosotros debemos realizar un cambio de manera individual, para que algo tan básico para el ser humano como el amor, pueda ser vivido por todos de manera justa e igualitaria.

Andrea Nunes. España. Textos Solidarios

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4 comentarios en “El cumpleaños de Cloe, por Andrea Nunes

  1. Lo peor de este texto es que no está lejos de la realidad de algunas personas. Los pelos de punta. Ojalá ese cambio en la mentalidad ocurra pronto y todas las personas puedan vivir como lo que son: humanas. Besitos! 😘

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